PascualRoss

Yo no le temo a los rayos” es el título de una canción que cantaba el gran Manolo Caracol allá por 1953. Esta canción siempre me ha recordado a mi infancia. Cuando la oigo, me transporta a aquellos patios de vecinos casi derruidos habitados por familias con las que convivíamos puerta con puerta.


En una parte de este mundo, una tierra pegada al mar, que forma parte de una bahía haciéndose una isla cada vez más pequeña, existen algunas personas que todavía se ganan su jornal diario “tirándose al fango” cuando baja la marea.


Aunque existen licencias para mariscar, éstas son las mínimas y muchos de los mariscadores (o mariscaores) tienen que hacerlo de manera ilegal ya que ésta ha sido (y para muchos sigue siendo) su única manera de subsistir.


Una de las causas que ha provocado esta situación es la existencia de una clase política que nunca ha promovido una industria que haga referencia a la miñoca, la coquina, el ostión, el erizo, la sal....
Que nunca ha tenido interés en convertirla en referente, en visibilizar y dignificar las condiciones en las que trabaja la gente del fango. Condiciones fangosas de los trabajadores del fango.


Este daño consecutivo a lo largo de los años, esta indiferencia, ha dejado en el más absoluto abandono la figura del mariscador, además de contribuir al deterioro costero de esta zona.


Sin otra opción que lo furtivo, gran parte de mi familia pudo tirar hacia adelante y conseguir que no nos faltara lo básico para el día a día, gracias al esfuerzo y el sacrificio de su duro trabajo, en el que las condiciones climáticas han marcado su piel; el calor, el frío, la sal, la lluvia, el granizo y las picaduras de los mosquitos.


Nunca ha habido intención de educar en este sentido a las nuevas generaciones, enseñándoles a valorar y cuidar el medio que les rodea y que bien gestionado, podría haber sido una salida laboral para cientos de familias. Cultivando muchas de las especies que hoy, por falta de regulación gubernamental, de iniciativa empresarial y por el furtivismo feroz de personas que no tienen otra manera de ganarse la vida, aunque sea de manera ilegal, hubiera evitado que muchas de las especies autóctonas de la zona estén a punto de desaparecer.


Un pueblo que vive de espaldas al mar, que solo lo mira cuando llega el verano como opción turística. ¿Habríamos cambiado algo este pueblo si hubiéramos invertido en nuestro patrimonio natural y cultural? Una reflexión sobre la evolución de una sociedad hacia unos patrones contemporáneos que se aleja cada vez más de sus raíces marítimas y costeras.


Una de las consecuencias más tristes de esta falta de iniciativa es el abandono total y absoluto de casi todas las marismas que rodean el territorio que enmarca toda la Bahía de Cádiz. Muy pocas instalaciones son utilizadas por empresas privadas que alternan el cultivo legal de estos productos con el turismo. La falta de regulación ha arrinconado a lo largo de la historia la figura del mariscador, relacionándolo con aspectos como el analfabetismo, la pobreza, lo furtivo, lo ilegal, el vandalismo.


Yo no le temo a los rayos” pretende dar protagonismo y valor a la figura del mariscador en esta tierra de sal. Personas valientes que no temen realizar un trabajo duro, muchas veces en condiciones climáticas extremas y que gracias a esa lucha, muchas familias pudieron salir de la más absoluta miseria, como hizo gran parte de la mía.


Todas estas personas y lugares están llenos de recuerdos de la infancia, del buen tiempo, de toda la familia unida, del salitre en la piel, de los patios de vecinos, de las bocas de la Isla, de las infinitas tardes de verano, del levante de tres flechas, de la pesca a corchuela, de mi padre, de mi madre… del fango. Ellos no le temen a los rayos.


Los niños jugábamos, comíamos, aprendíamos juntos, casi como si viviéramos en la misma casa y a decir verdad así era, porque solo nos separaba un simple muro hecho de piedra ostionera.


“I am not afraid of lightning” is the title of a song which the great Manolo Caracol used to sing back in 1953. This song has always reminded me of my childhood. When I listen to it, I am taken to those rundown courtyards, home to families who used to be my neighbours.


In one corner of the world, there is a land bordering a bay which becomes a smaller and smaller island. There are still some people who earn a living by submerging themselves in the mud when the tide goes down.


Although some licenses for gathering shellfish are granted, these are not sufficient and as a result many shellfish catchers find that their only mean of subsistence is to work ilegally.


One of the reasons behind this problem is that the government has never promoted an industry focused on aquatic worms, clams, oysters, sea urchins or salt. 


Politicians have never had a true interest in turning this ancestral practise into a cultural and economic model, in giving it the visibility it deserves or in dignifying the working conditions of the “mud workers”.


This indifference over the years has caused the shellfish catcher’s profession to be abandoned and it has also contributed to the coastal damage of this area.


Without any other choice than to work furtively, a great part of my family has been able to survive, thanks to a great deal of effort and sacrifice, which is an inherent part of this job. Hard weather conditions such as intense heat, cold waves, salt, rain, hail and the annoying, never-ending mosquitoes bites have all managed to unavoidably marked their skin.


There has never been an intention of educating the new generations in this aspect of our culture, of teaching them how to value and take care of the environment that migh have been a good job oportunity for hundreds of families.


On the contrary, many native species are now on the edge of extinction because of the lack of regulation, business initiative and the fierce poaching of people who have no other way of making a living.


Politicians and residents live with their back towards the sea and they only acknowledge it when the summer months come. Would we be as we are now if we had invested in our own natural and cultural inheritance? This is a reflexion about the evolution of a society towards contemporary patterns that are increasingly far from its coastal and maritime roots.


One of the saddest consequenses of this lack of initiative is the total abandonment of almost every marshland that surround the territory of the Bay of Cádiz. Very few facilities are used by private companies for legal farming or tourism and the lack of regulation has pushed aside the figure of the shellfish catcher throughout history. They have always been related with illiteracy, poverty, poaching and vandalism.


“I’m not afraid of lightning” intends to give importance to shellfish catchers, to value
their job in this unique land of salt. Brave people who aren’t afraid of undertaking a hard, backbraking job even in extreme weather conditions. It is because of that fight that many families manage to get out of poverty, as a great part of mine did.


All these people and places are full of memories; childhood reminiscenses, good times, united families, sea salt on your skin, the neighbours' courtyards, crab legs from "The Island” (San Fernando), never-ending summer evenings, strong easterly wind, my father’s cork fishing, my mother and of course the mud.


As children we used to play, eat and learn together. It seemed that we all lived in the same house, and in a way we did, as there was only an oyster rock wall separating us.

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